martes, 29 de enero de 2013

Nada ha cambiado...

Llegaron junto a la Nueva Roca, ni siquiera asociaron aquella extraña cosa con peligro o con miedo. No había, después de todo nada alarmante en ello. Era una losa rectangular, de una altura triple a la suya, ciertamente era más bien atractiva, y aunque tenían por costumbre ser prudentes ante la mayoría de las novedades, no vacilaron en tender la mano y sentir una fría y dura superficie.

Era una roca, debió haber brotado durante la noche, emerger durante las horas de oscuridad, las rocas eran pequeñas y redondas, mientras que esta era ancha y de agudas aristas.

En el recorrido de vuelta al hogar pasaron al atardecer por el lugar, se hallaban todavía a cien metros de la nueva roca cuando comenzó el sonido. Era apenas audible, pero sin embargo los detuvo en seco, quedando paralizados en la vereda, con las mandíbulas colgando flojamente. Una simple y enloquecedora vibración repetida, salía expelida del cristal, hipnotizando a todos, comenzaron a moverse hacia adelante como sonámbulos, en dirección al origen de aquel obsesionante sonido. A veces daban pequeños pasos de danza, como si su sangre respondiese a los ritmos y completamente hechizados, se congregaron entorno al monolito, olvidando las fatigas y penalidades del día, los peligros de la oscuridad y el hambre de sus estómagos.

El cristal comenzó a resplandecer, los haces de luz giraron cada vez más rápidamente, hipnotizados del todo, sólo podían contemplar con mirada fija y mandíbulas colgantes aquel pasmoso despliegue pirotécnico. Habían olvidado ya los instintos de sus progenitores y las lecciones de toda una existencia siguiendo con la mirada fija, hipnotizados cautivos del radiante cristal.

Jamás hubieran adivinado que estaban siendo sondeadas sus mentes, estudiadas sus reacciones y evaluados sus potenciales.

Una sensación de indescriptible placer, casi sexual en su intensidad, inundaron sus mente. Aflojóse luego el control, y ya no se sintió ningún impulso para hacer nada, excepto quedarse esperando. Uno a uno, cada miembro de la tribu fue brevemente poseído, todos fueron recompensados apropiadamente con espasmos de placer o de dolor. Finalmente había sólo un fulgor uniforme y sin rasgos en la gran losa, similar a un bloque de luz superpuesto en la circundante oscuridad. Como si se despertasen de un sueño, menearon sus cabezas, y comenzaron luego a moverse por la vereda en dirección a sus cobijos. No miraron hacia atrás ni se maravillaron ante la extraña luz que estaba guiándoles a sus hogares... y a un futuro desconocido hasta para las estrellas...

 2001 UNA ODISEA ESPACIAL / Arthur C. Clarke (1968)